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  • Octavio Quintero

Ser más para servir mejor: Misiones Xaverianas 2019

Como primera vez viviendo esta experiencia, me temo que lo que este texto contendrá, no será suficiente para reflejar todo lo que logré sentir y reflexionar en todo el tiempo de labor, tiempo que lo valió todo en cualquier situación.


Me ofrecí para ser parte de este gran proyecto y actividad entre la RUEI-E (Red de Unidades Educativas Ignacianas Ecuador), con el objetivo de expandir mis formas de llegar a servir, sentir y reflexionar sobre nuestra vida diaria y que tan diferente fuese si nada de nuestro pasado, fuese como lo recordemos ahora. Mucho fue el tiempo que había oído hablar de estas famosas misiones, pensando en un principio que era una especie de campamento “especial”, que era organizado por varios colegios a nivel nacional, tiempo en el que no tenía idea de que existía la Red de Colegios Jesuitas Ecuatorianas. Varias fueron las veces en que veía a amigos míos de promociones superiores que nos comentaban de tal maravillosa y gratificante experiencia, descripción que daban ellos cuando tocaban el tema o simplemente lo recordaban, puedo asegurar que esos sentimientos que venían a sus cabezas no eran en vano.


Esta actividad se desarrollaría entre Semana Santa, una semana completa fuera de nuestros hogares, partiendo para el gran viaje desde nuestro colegio el viernes 12 de abril del presente año. La emoción me consumía, iba a ser una experiencia completamente nueva según todas las indicaciones y directrices que nos brindaron durante la preparación, también cargaba una emoción gigantesca al saber que iba a re-encontrarme con caras que posiblemente no vuelva a ver durante un gran tiempo e iba a conocer nuevas caras que llegaría a recordar con mucho afecto con el pasar del tiempo.


Llegamos a la U.E. San Felipe Neri en Riobamba -como era de esperarse- y el clima nos dió uno que otro golpe bajo, pues no son muchas las veces que vamos por esos lugares tan icónicos por sus temperaturas tan famosas para los costeños. Pero muy aparte de que la temperatura nos recibiera de esta manera -tanto así que me hizo parecer una especie de guardia privado muy precavido con el frío- nos recibieron con una cálida bienvenida los estudiantes de este colegio, que en su mayoría eran chicos y chicas que tuvimos el placer y la suerte de conocer en los Campamentos Nacionales anteriores. La felicidad nos rodeaba por todos lados tras darnos abrazos y besos con muchas personas que llegamos a querer y extrañar como familia, pero lo mejor de todo fue el hecho de que sabíamos que con estas personas íbamos a realizar un acto de humildad y servicio todos juntos y a la vez dispersados, lo mejor que personas como nosotros podemos hacer en este país y en el mundo.


Toda la semana, desde que me asignaron con mi comunidad y compañeros, fue casi interminable, mientras iba conociendo mucho más y más a mis queridos compañeros misioneros. El tiempo fue tan piadoso al dejarnos disfrutar de todo lo experimentado y obrado. En nuestro caso, hubieron adversidades, vacíos, sustos, malentendidos y especialmente cambios, pero ninguna de esas piedras en nuestros zapatos nos paró. Y aunque las situaciones no estaban a favor en nada con nosotros, siempre veíamos todo con uno que otro ojo de esperanza, después de todo: “No hay mal que por bien no venga”.


Y así fue, pues amisionamos como pudimos y como debimos, y todo salió mejor de lo que esperábamos, sin importar todo lo que intentó parar nuestras visitas domiciliarias, charlas, liturgias y misas; trayendo mejores cosas. Luego hubo un pequeño, pero gran cambio en el que tuve de dejar a mi comunidad, con intención de brindar soporte a otra, pero eso igualmente nunca nos hizo bajar la mirada; igualmente logramos laborar bien con mis nuevas compañeras más en conjunto con todo lo realizado en mi localización original. Fue tan maravilloso el hecho de poder ir a las calles de estos lugares y llegar a casas en donde nos acogían con abrazos y miradas de fe pura, y lo mejor de todo, eran las historias que uno se llevaba tras salir de esas puertas, que eran símbolos de respeto y sabiduría hecho de palabras honestas.


No puedo mentir que fue triste la última noche, todo iba a acabar al día siguiente; solo nos abrazábamos entre la comunidad en la que me encontraba en ese entonces, con la que ya me había encariñado e igualmente con mi comunidad original, aunque estuviésemos relativamente distanciados. Se sintió toda esa semana de labor -especialmente las últimas horas- una hermandad inquebrantable, como si se hubiese forjado durante años, pero solo fueron increíblemente en siete días: Siete días que a mi parecer, fueron un buen y aprovechado mes de 1,000 historias de pura experiencia.


Esta vivencia ha sido lo más bello y gratificante que he podido traer a mi vida y recordar mientras escribo este testimonio. Logré sentir paz, cariño, unión y lo más importante, amor; y no solo amor hacia mis queridos amigos de colegio y de la RUEI, si no amor a la labor hecha durante ese tiempo, donde nuestra prioridad y objetivo fue llevar la palabra y la fe en Dios a cada puerta y a cada esquina y enseñar a quienes nos esperaban con alegría. Llevarse consigo un millar de enseñanzas que de poco a poco, despierta nuestra vocación como jesuitas y personas de bien.


El ser para servir y servir para más y por más, una pasión y costumbre que debe ser acogida, conservada e transmitida a las siguientes generaciones que muy pronto vivirán esta experiencia y que tendrán un grato recuerdo, así como grandes enseñanzas que compartir con las siguientes.


Semper Fidelis

Octavio Quintero

Promoción 59

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